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“After gym”, el nuevo lugar de citas para ganarle a la soledad

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La coreografía sale fácil, como si un profe les estuviera marcando el paso. La música que suena es la misma de las clases aeróbicas. En la barra, intercalan un trago con una botellita de agua. Y los más sanos, solo agua. Polleras cortitas y remeras al cuerpo, que marcan piernas y bíceps trabajados. Zapatillas para la mayoría. Es, en esencia, una fiesta como cualquier otra, aunque hay pequeños detalles que marcan que la noche porteña avanza al ritmo de nuevas consignas. En el mundo de los “encuentros después de”, ya existían el after office (después de la oficina) y el after hour (después del boliche).

 

Ahora, la moda que se impone es el after gym: un espacio de encuentro después del gimnasio, en el mismo local o en discotecas. Clarín pasó la noche del viernes en una de estas fiestas y comprobó que la energía del deporte tiene su continuidad con las luces bolicheras.

 

La convocatoria se hace desde el mismo gimnasio, o a través del sitio de Facebook de cada sede, en donde se colgarán las fotos el día posterior. Es un fenómeno que se da mayormente en los gimnasios “cadena”, que tienen varias sucursales, aunque los de barrio empiezan a sumarse a la movida.

 

“Los mismos socios proponían juntarse después de las clases, a veces a cenar, a veces a un asado un fin de semana. Y entendimos que había una cierta socialización fuera del gimnasio que comenzaba en el gimnasio. Por eso decidimos capitalizarlo. Así, comenzaron a formarse muchos vínculos entre personas que comparten un estilo de vida, una actividad física e intereses”, dice Mariana Cuevas Coelho, gerente de marketing de Sport Club, una cadena con 26 sedes y 75 mil socios, que organizó el viernes a la noche su segundo after gym en el boliche Museum al que fueron 700 socios a cenar y 1.500 personas a bailar.

 

Megatlon también está organizando eventos para agrupar a sus socios. “Nosotros fomentamos los vínculos sociales dentro del gimnasio, por eso armamos eventos internos donde invitamos a todos los socios de esa sede a bailar, a degustar algo. A veces hay regalos de los sponsors, premios y siempre en un ambiente muy natural: en jogging o en calzas. Por eso la lógica de esos encuentros es lo que llamamos ‘what you see what you get’ (lo que ves es lo que te llevas)”, dice Javier Petit de Meurville, gerente de marketing y relaciones institucionales de esa red.

 

Volvemos a la noche: el clima es similar al de las fiestas de fin de año que organizan las empresas. Pero todavía estamos en mayo y el calendario de fiestas seguirá todo el año. Empieza con una cena (“es bueno que arranque temprano”, dice Pablo, 42 años), después hay un show musical (covers de la cantante Adele y clásicos de los 80, para estar a tono con la edad de la mayoría) y un animador que va preparando la pista.

 

¿Edades? Más cerca de los 30 y de los 40. “Esa gente, que muchas veces está separada y tiene hijos chicos ¿A dónde van para encontrarse con pares sin sentirse ‘viejos’ o ‘pasados de moda’? –dice Willy Rodríguez, dueño de los gimnasios Aires up, con cinco sedes en la ciudad–. En las fiestas del gimnasio saben que va a haber gente de su edad que ya conocen. Al moverse en un círculo de pares muchos pierden el miedo a ser rechazados. Y se forman muchas parejas porque vienen relajados: el hielo lo rompieron antes, en el gimnasio. Así, se conocen a cara lavada, en jogging, transpirados y despeinados. Si ‘compró’ en el gimnasio a la persona ‘real’, en la fiesta ‘compró’ el resto”.
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Sigue la fiesta: ya pasó la parte de la animación. Ahora, viene la música y los primeros pasos. Se baila en grupo, pero hay cruces de miradas. “Si me gusta alguien, le pregunto a alguno de mis compañeros si lo conocen de otras sedes”, dice Laura.

 

En el boliche hay remeras y banderas del gimnasio y los socios muestran los logos como una marca de pertenencia: los grandes gimnasios con sucursales reemplazaron a los clubes sociales. “Hay espacios tradicionalmente públicos, como el club anclado al barrio, que fueron perdiendo su vigencia, por lo que su público ha migrado a los gimnasios cadena –explica Alejandro Rodríguez, becario del Conicet, investigador en antropología del cuerpo y consumo–. Socializar después del gimnasio e incluso vestidos con ropa de gimnasia tiene que ver con una cuestión del sentido de la pertenencia: te reconoces como tal y en el otro”. Inés Landa, investigadora de Conicet en culturas corporales contemporáneas, cuenta a Clarín: “Muchos de los dueños de gimnasios a los que entrevisté en profundidad explican que observaron la cuestión social de la soledad.

 

Mucha gente, sobre todo de sectores medio-altos y sin distinción de edad, manifestaba que iba al gimnasio para estar con otra gente. De esto se desprende que el gimnasio, además de su función de proveer un servicio diseñado para la transformación corporal de los sujetos y una forma de vida saludable, también se configura como un espacio de encuentro”, analiza.

 

La noche sigue. Hombres y mujeres preparados para soportar una rutina de gimnasio se bancan de mil amores la sucesión de hits que dispara el DJ. Es casi como una entrada en calor para lo que sigue. ¿Hay levante? “Alguna alumna se me ha tirado encima”, confiesa Matías, instructor de un gimnasio de Belgrano. ¿Las chicas encaran? “Se puede concretar algo que ya se venía insinuando”, agrega Manuela, de otra sede de Nuñez.

 

“Una vez que comienzan con su rutina de entrenamiento comienzan a tejerse cuestiones (con algunos clientes, no todos) que le dan otro sentido a la práctica: como tener nuevas relaciones con pares y participar de nuevos espacios de encuentro y de pertenencia –dice Landa–. Los after gym se ofrecen como un espacio de diversión, de recreación, de pertenencia, de encuentro pero también como un recurso para sobrellevar el sentimiento de soledad”.

 

Lejos del lenguaje académico pero igual de certero es el diagnóstico de Caro Rey (24), habitué de un gimnasio de Belgrano: “Estamos entrenados. Para la joda”.

 

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