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¿Por qué nos enamoramos?

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Todo comienza como un relámpago. Una captura instantánea. Un flechazo. Ahí, en el mundo de todos los días, se recorta la figura del otro. Algo de él llega bruscamente y sacude, rapta, fascina. Puede ser la voz, la caída de los hombros, la silueta, el sesgo de una sonrisa, cualquier cosa. Pero tiene que ser algo que se ajuste exactamente a lo que siempre se había deseado. Llega como una fatalidad, como un sino del que ella o él gustan sentirse irresponsables. Después dirán: “La primera vez que lo vi…”.

¿Por qué nos enamoramos? Quizá porque es inefable, porque no se deja atrapar con palabras, desde el comienzo de los tiempos filósofos, historiadores, biólogos, psicoanalistas, médicos, cineastas y poetas intentan darle una respuesta. Los enamorados murmuran ternuras cardíacas:

¿Me querés?

-Te adoro.

-Decímelo otra vez.

Y en ese instante, los biólogos registran consecuencias químicas de dos labios prontos a hacer contacto. Anthony Walsh, autor de La ciencia del amor y sus efectos en la mente y el cuerpo, señala que el aluvión de impulsos comienza en el cerebro y recorre los nervios y la sangre a través de una gigantesca telaraña de nudos y filamentos -llamado sistema nervioso autónomo- que parten de la médula espinal y desembocan en estaciones radicadas a lo ancho y largo del cuerpo.

-¿Me vas a querer para siempre?

-Para toda la vida.

Mientras ella se ruboriza, 1.000 millones de capilares de la cara vuelven a dilatarse y se llenan de sangre…, ella es más bella que antes de conocerlo, todos lo notan. Su cuerpo fabrica compuestos químicos -feromonas- que segregan un olor imperceptible pero con alto efecto afrodisíaco, tal como sugieren las pupilas dilatadas, el pulso acelerado. Es el reino de la sensación, de la urgencia, sin mucho lugar para la razón y la voluntad.

Al menos por un tiempo, hasta que la carroza se convierta en calabaza, porque los euforizantes de feniletilamina (que inundan el sistema nervioso de los enamorados) no duran para siempre. Como sucede con cualquier anfetamina, el cuerpo desarrolla una tolerancia, por lo que cada vez hace falta más cantidad de sustancia para producir el mismo chispazo de amor.

Las artes de Cupido

Los psicoanalistas no creen que los impulsos químicos sean la causa del enamoramiento. Por más exhaustiva y bienintencionada que sea, esta descripción no permite explicar porqué tal mueca o tal brillo en la mirada de tal hombre o tal mujer ponen en pie de guerra al sistema nervioso autónomo.

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Pese a que el mito de Cupido dice que el enamoramiento cae sobre alguien en el momento menos pensado, los psicólogos aseguran que, para que alguien pueda enamorarse debe haber pasado necesariamente por una espera -un deseo- que puede tener la forma de una “maravillosa serenidad”, un no esperar nada, un tiempo más o menos largo de andar buscando con los ojos, sin que lo parezca, alguien a quien amar. A partir del encuentro, se sentirán colmados, pero a la vez insatisfechos, porque cuando el otro no está, se siente dolorosamente la incompletud.

El porvenir de una ilusión

Los enamorados no saben, o mejor, prefieren no saber que su amado va por la vida iluminado con una luz prestada, que ese ser maravilloso no es más que un perchero donde ellos pudieron colgar las virtudes del amante ideal y el príncipe soñado.

Así explica Alizade el porqué alguien eligió a esa persona y no a otra. “El elegido tiene algo que convocó el recuerdo de aquello que se amó o se extrañó en los padres o los seres importantes de la infancia. O algo que uno hubiera querido ser o tener. Los anhelos narcisistas intervienen de distinta manera a la hora del encuentro amoroso.”

Gran paradoja de la vida: justo en el momento en que se cree haber logrado el mayor contacto, el mayor encuentro posible con otro, no se está más que al borde de un lago, como Narciso, peligrosamente prendado de la imagen de sí mismo… o de la imagen idealizada de lo que siempre quiso ser, proyectada sobre el amado.

Pero, para bien o para mal, la realidad termina por infiltrarse. “El estado de enamoramiento puede durar mucho tiempo pero siempre, siempre, se va a transformar. El espejismo se romperá indefectiblemente y aparece el otro en su diferencia, en su verdadero ser, con sus diferencias e imperfecciones -agrega la psicoanalista-. Los límites se van alzando poco a poco: ya no es todo para el otro, aparece el mundo, cada quien vuelve a interesarse por sus cosas, reaparece también el propio yo, y el otro vuelve a ser otro”.

-¿Me querés?

-Te adoro, pero hoy no puedo verte porque juega River.

Se trata de un verdadero punto de inflexión, una encrucijada de la que parten varios caminos. Puede suceder que uno u otro, o ambos, se desilusionen fatalmente y que la relación se rompa (porque no se quiere o no se puede tolerar al otro si no es perfecto). En esos casos, por lo general, se va en la búsqueda de otro en quien depositar aquella perfección soñada para poder decir: “Ahora sí, llegó el gran amor”. Y la historia de ilusión y frustración volverá a comenzar con igual brío.

Puede suceder, por el contrario, que a partir de aquel flechazo, el enamoramiento pueda ir sedimentando hacia la vereda de lo que sería un verdadero amor, ese difícil arte de respetar y aceptar al otro tal como es, de quererlo a pesar de sus defectos y entregarle lo mejor de sí. El amor tiene menos adrenalina, menos vértigo -señala la psicoanalista-, pero permite hacer planes, crecer, construir y ser mejores personas.

Aunque el pasaje del enamoramiento al amor no está tan simple y mecánicamente dirigido por hormonas y sustancias químicas, los biólogos encuentran también, en los romances que se profundizan, sustancias -como, por ejemplo, las endorfinas- acordes con esa placidez que se observa cuando se deja de vivir en ascuas.

Buena recompensa para quienes pudieron hacer el trabajo del amor, un trabajo mental, de superación, de donación de sí, un esfuerzo que -según la psicoanalista Alizade- habla tanto de maduración psíquica como de salud mental.

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