“Mi pareja me persigue”
“Un día lo descubrí revisándome los mails y se hizo el distraído. Otro día lo agarré con mi celular… Tuvo que confesar que tenía sospechas de que yo le era infiel. No tenía ningún dato fehaciente… Todo lo construía su cabeza. No podía dejar de desconfiar”.
Las personalidades paranoides son desconfiadas o suspicaces: perciben a los demás como una amenaza potencial, creen que sólo unos pocos merecen su confianza, que los amigos le son desleales, que los compañeros de trabajo pueden usar información en su contra, o que sus parejas les son infieles. En algunos casos, existieron situaciones que los mantienen alertas; en otros, nada justifica la sospecha. Sin embargo, la suspicacia compromete todas las relaciones sociales, y la relación de pareja es la más afectada.
Estas personas son cautelosas, tensas, siempre están alertas o hipervigilantes. Su mirada capta malas intenciones o acciones astutas de los demás. No son sujetos delirantes (en este caso se llaman paranoicos), son personas conscientes, que organizan su vida como cualquier mortal, sólo que su forma de percibir y de actuar se basa en la falsa idea de la maldad ajena, no importando el vínculo que mantengan (desde sus padres, pareja, hijos, amistades, etc.).
Actúan basándose en sospechas infundadas. Es frecuente que encuentren indicios de daño o conductas malevolentes en sucesos absurdos o banales. Por ejemplo, una mirada, una conversación telefónica, una salida entre amigas, etc. No se olvidan de los datos recogidos y tienden a “atar cabos” que le den sentido a la sospecha. Son rencorosos, actúan con cautela y no se dejan llevar por arranques “histéricos”. Cuando exponen sus conclusiones, son fríos e indolentes. Las personalidades paranoides corresponden entre un 0,5 a 2,5% de la población general, siendo más frecuente en varones.
Los paranoides son capaces de organizar pesquisas con el fin de agarrar “in fraganti” a la pareja. Revisan mensajes, e-mails, papeles, y están atentos a cualquier movimiento. A la hora de tener sexo, la idea de celotipia puede estimularlos, mezclándose el impulso sexual con ira y desinhibición.
También expresan fantasías con tal de “descubrir” el presunto engaño: “¿te gustaría hacer el amor con otro?”, “¿con quién te estás acostando?” o “¿quién lo hace mejor?”. Pueden no tener inhibiciones a la hora de probarse en la cama; sobre todo, si existen factores que intentan debilitar a la pareja. Se nutren de la impotencia ajena para estimularse. Rechazan todo tipo de propuestas eróticas del compañero sexual por considerar que existen intenciones “dudosas” en las mismas: “me quiere probar”; “debe tener un amante y me está comparando”.
Las personalidades paranoides buscan parejas sumisas y dependientes para ejercer su dominio. No aceptan la autonomía ni ningún otro cambio que favorezca la igualdad entre los sexos. El medio cultural modela los comportamientos de desconfianza para no provocar rechazo de entrada. En un principio, pueden comportarse con caballerosidad, respeto, tolerancia, amabilidad, mostrando gradualmente su verdadero carácter; o bien la apariencia, desde el primer momento, revela su machismo a ultranza, su rigidez de conceptos y la tendencia a la desconfianza.
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Lo recomendable es exponer el problema para que tome conciencia de su percepción alterada. La comunicación deberá ser abierta, franca y sin concesiones: así no se puede seguir. Las personalidades paranoides más rígidas no reconocen su problema: son egosintónicos, es decir, que su comportamiento alterado está en sintonía con su Yo. Para ellos, la conducta que manifiestan es la correcta; los equivocados son los demás. Existen otro tipo de paranoides, con rasgos más flexibles y temerosos. En estos casos, los planteos de las parejas los pueden hacer reflexionar y optar por el cambio. Tienen temor de ser abandonados tanto por sus parejas como por los hijos (en caso de existir) o por el resto de su familia. La terapia individual o familiar ayuda a afrontar el problema.
Cuando la desconfianza tiene sus motivos
Las personalidades paranoides no necesitan motivos para desconfiar, su lema podría ser: “todo sujeto es traidor hasta que se demuestre lo contrario”. Sin embargo, suceden hechos en la vida -sobre todo en las parejas- que instalan la desconfianza hasta el punto de tornar insoportable la relación. En este caso, basta un hecho para provocar conflicto, rencor, celos, y un eterno “pase de factura”. La deslealtad en la pareja es una las situaciones más críticas, insta al desafío y mide los recursos vinculares para afrontarla.
Unos de los temas más acuciantes es la recuperación de la confianza. La persecución con el afán de “saber” (con quién, cuándo, dónde); la obsesión por los mensajes, mails, llamados telefónicos; el control horario, etc., provocan una profunda dependencia, no sólo con la pareja, sino con la idea de infidelidad, ocupando ésta el centro de la vida de la persona doliente.
Hay una premisa que se debe tener en cuenta: si se decide seguir en pareja, luego de la infidelidad, la persecución no sirve, por el contrario, aísla, incomunica, provoca más dolor. Si se apuesta a continuar juntos el compromiso de superación del problema les cabe a los dos. Los hombres o mujeres que han desarrollado rasgos persecutorios por experiencias pasadas son más sensibles al cambio.
El “fantasma” de la repetición o la “vuelta del pasado” sensibilizan a las personas hasta el punto de distorsionar el presente y se anticipan mal al futuro. La revalorización del “aquí y ahora” ayuda a las parejas a hacer un balance de lo conseguido y de lo que falta, además de exponer las estrategias para afrontar los temores. Romper con las generalizaciones es fundamental. Por ejemplo: “los hombres son más sexuales”, “si alguna vez fue infiel lo va a seguir siendo”, o “las mujeres son inestables emocionalmente”. Cada uno es singular y tiene un mundo propio. Interponer supuestos o conjeturas impide descubrir la esencia misma de toda relación.
Por el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.