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La segunda, el lugar que nadie desea

En las relaciones afectivas también se pelea por ocupa el primer lugar en la “agenda” del otro. Hay celos, hay competencias y hay dolor. ¿Te pasó?
Walter Ghedin

 

 

 

 

 

 

 

 

A nadie le gusta el segundo lugar. Aceptado a regañadientes o en modesto consuelo, esconde la decepción de no haber logrado el primer puesto. Por supuesto que no es lo mismo una competencia deportiva que las relaciones afectivas, aunque a veces el grado de competitividad sea tan alto como si se corriera una carrera “cabeza a cabeza”.

Los vínculos humanos están determinados por cuestiones de “poder” con la finalidad de conseguir la confirmación y el afecto de los demás, una dinámica inconsciente que aprendemos desde la infancia y que tiene como finalidad la individualización y el interjuego saludable con el entorno.

Aceptar la jerarquía que adquieren los vínculos es reconocer al mismo tiempo la importancia y la diferencia de las relaciones. En un contexto familiar, el vínculo con los hijos puede ocupar un lugar sobresaliente (jerarquía) pero no resta importancia a la unión amorosa entre los padres (aceptación de la diferencia relacional). Por lo tanto, dar prioridad a una relación afectiva no ubica en un segundo lugar a otras, sólo señala que son distintas formas de afecto y de condiciones relacionales.

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Amante de segunda

Ser “la segunda” es la frase común de las amantes, aquellas que demandan al hombre que está siendo infiel o en vías de separación una rápida decisión que las ubique en un lugar preferencial. Las mujeres que han ganado en autonomía son las que menos sufren y es posible que no insistan: aceptan y toleran, demasiado tienen con su propio mundo. La excepción se da cuando estas mismas mujeres han pasado los treinta, quieren tener hijos, y confirman con el paso del tiempo y la falta de respuestas decisivas de su amado, que llegó la hora de ponerse firmes.

Caso contrario ocurre con aquellas mujeres dependientes de los afectos. Ellas exigirán desde el primer momento una presencia y una consideración que las ubique en un primer lugar. Y aunque se realicen en otras áreas (laboral, social, familiar), no será suficiente para colmar la carencia afectiva.

 

Segunda en familia

También se puede sentir “ser segunda” en el espacio familiar. Aquellas mujeres que tiempo atrás se quejaban de la dominación masculina en el propio seno de la familia, volviéndolas sumisas, sin “voz ni voto”, fueron ganando espacios de participación, decidiendo sobre sus cuerpos, sexualidad y alternativas en la vida afectiva. Las nuevas formas de familias (monoparentales, ensambladas) o la relación con un hombre divorciado, con hijos, pueden hacer sentir a la mujer excluida de los vínculos ya conformados.

Una queja frecuente es la dificultad que tiene la nueva pareja de encontrar espacios de intimidad, fuera de las responsabilidades filiales. Muchas mujeres sin hijos se quejan de ser segundas en relaciones con hombres que sí los tienen, sobre todo si los hijos son menores. Ellas sólo piden tener su lugar y no tienen ganas de hacérselo a los codazos. Tampoco pretenden modificar formas de interrelación que están preestablecidas, sólo aspiran a ser amadas y reconocidas en este nuevo vínculo, con todo lo que esto implica. En estos casos, comunicar lo que está sucediendo y salir en defensa de la intimidad, son objetivos prioritarios.

La comunicación permite que se tome conciencia del problema, además de promover acciones empáticas en el compañero (ponerse en lugar del otro). La intimidad debe defenderse a ultranza, aun cuando sean breves momentos de verdadero encuentro, un espacio donde los dos ocupen el primer lugar.

 

Por el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.

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